La cultura del "Ya, ya, ya" (supéralo)

Venimos de la cultura del "No pasa nada", donde hacer altos en nuestra vida después de una situación disruptiva, no está permitido. En muchas ocasiones, es hasta reprobable el que alguien que está viviendo una condición ríspida, caiga en depresión o hasta llegue a enfermar.

Hay un NO rotundo a reconocer que la situación ha rebasado la capacidad de respuesta inmediata del ser humano y que es sumamente necesario hacer un alto total y retirarse el tiempo suficiente para entender lo que ha ocurrido y así poder sanarlo.


Tomar distancia de lo que está sucediendo, que causa dolor y mucha confusión, es la puerta para entrar en un espacio necesario de digestión de lo que nos tiene atrapados en una espiral de emociones que no estamos teniendo la capacidad de interpretar adecuadamente. Y menos aún gestionar esas emociones para alcanzar entonces mayor claridad mental y emocional, y así encontrar las soluciones requeridas para dar cierre asertivamente y salir de ese espacio con la capacidad de capitalizar la experiencia de manera positiva, dejando atrás lo ocurrido.


Tenemos que recordar que los hechos que ocurren en nuestras vidas tienen toda la carga de nuestras propias interpretaciones y expectativas, y que podemos hacer de ellas una experiencia a nuestra medida. Ésta no será necesariamente una visión objetiva de los hechos, por lo tanto no hay fórmulas externas para resolverlo, porque se tendrán que enfrentar una serie de creencias personales que acompañan la situación y además la agravan.


Justo aquí es donde comienza el ciclo de negación y culpabilización de otros o de situaciones que creemos que nos son ajenas. Mientras tejemos estas redes atrapantes, la situación crece, tomando fuerza y alcanzando a quienes están a nuestro alrededor.


Aunque quienes nos rodean tienen la mejor disposición, al no saber cómo ayudar, la respuesta inmediata es querer acallar aquello con lo que no pueden lidiar, con palabras como "No llores", "Dios sabe lo que hace", "Supéralo", "No hagas caso", "Pasa a lo que sigue" o el consabido "Ya, ya, ya", acompañado de una sobada de espalda mientras se desvían los ojos mirando a otra cosa, además de tocar madera pidiéndole a Dios que no les vaya a pasar algo parecido porque ellos si se portan bien, para así no involucrarse de más.

Así, éstas personas dejan al sufriente más abandonado que antes, por no encontrar el eco necesario para escapar de tan terrible momento. Además, quien sufre se queda de con una carga de culpa por ser tan débil frente a quienes esperan que sea fuerte y  aguante el tamaño de la situación sin chistar.


El panorama es tremendamente desolador y no queda más que hacer uso de emociones secundarias para tomar el valor de continuar, aunque el miedo se haya cubierto de rabia, que sí es una emoción válida además de empoderadora.


Tendríamos que replantearnos la forma en que hemos hecho frente a las situaciones que representan un problema doloroso para encontrar nuevas soluciones permanentes, dejando a un lado la fórmula del sufrimiento que tan bien nos sabemos, que nos convierte en víctimas y que a la vez nos llevará a ser victimarios. Porque lo que no me permito a mí, no se lo permito a nadie.


La solución es a la medida de quien lo necesita. La persona tendrá que elaborar y aprender a gestionar por sí misma las emociones, separando las creencias y las expectativas personales para hallar soluciones que den un cierre digno a la situación que enfrenta. A eso se le llama poder.

Recuerda: la crisis es momentánea, excepto si le damos el permiso de quedarse para siempre.


Norma Lorenza García Medina





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