El culto a la felicidad
La búsqueda de la felicidad ha tenido una importancia mayúscula en la historia de la humanidad y sin duda alguna ha tomado un auge inmenso. Los seres humanos hemos quedado atrapados en la vorágine de propuestas de aquello que se pretende y que disparara el sentido de felicidad. Ha sido necesario ir descartando objetivos que de primera ni siquiera eran propios, para así hacer un desplante de intereses personales que tal vez sí sean los correctos para lograr el tan ansiado clímax.
Se ha dicho que la felicidad es el estado perfecto donde debería habitar toda persona, de tal manera que se ha convertido en el objeto de deseo de todo el mundo. A la felicidad se le atribuyen poderes más allá de lo terrenal, alineando entonces todo esfuerzo para alcanzar el estatus de suprahombre. Solo que casi siempre sin querer renunciar a una visión personal empequeñecida por la propia naturaleza humana.
Ese tan ansiado éxito ha sido inalcanzable para muchos, generando un sentimiento de frustración e insatisfacción continua que a la larga dará paso a lo contrario: la infelicidad con toques de amargura.
La felicidad es solo un concepto con brillo que atrae sobre si las miradas y deseos que brotan desde las profundidades de un ser que se considera incompleto e imperfecto y requiere de algo para ser mejor ser humano. A eso se le llama felicidad.
Se busca la felicidad en el amor, o sea en otro.
Se busca la felicidad en la fama, porque tú no te puedes reconocer.
Se busca en la religión, porque no te crees digno.
Se busca en el dinero, para cuantificar el valor personal.
Y así se busca en lugares que están fuera de sí mismo, creyendo que es algo que debemos de tener, evitando así voltear hacia uno mismo y empezar por aceptar que las necesidades propias verdaderas no son lo que todos los demás necesitan.
La felicidad es una construcción diaria muy personal, que inicia en un proceso de autoaceptación y reconocimiento.
Norma Lorenza García Medina
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