Exilio

Quiero contarte algo de mí que explica mi sonrisa constante y mi buen sentido del humor. Yo he estado viviendo un exilio autoimpuesto después de una estrepitosa caída que me sacudió hasta el alma, de esos incidentes que ocurren donde el único requisito es estar vivo, por aquello de que una desde la arrogancia piensa que tiene la culpa de lo que ha pasado. 

Antes de esos eventos que ocurrieron yo tenía cierta ingenuidad, producto de la ignorancia que no me permite verme con más claridad, aunque reconozco que nunca tendré la suficiente.


Llamándome rebelde y hasta desobediente desde una falsa autoimagen seguí todos y cada uno de los pasos de un ser humano amaestrado para vivir en un sistema de reglas y obligaciones que se atreven a sugerir no sólo que alcanzarás el éxito, sino además, que saldrás vivo de tal empresa. 


Creí firmemente que había seguido los pasos adecuados para ser una persona exitosa y próspera sin darme cuenta de que esa idea es tan frágil que se derrumba ante cualquier aire, cómo tuve oportunidad de constatar. Creí que todo me había sido dado en charola de plata y que no había nada que pudiera tocar eso. Sin embargo los hechos me demostraron lo contrario. 


¿Alguna vez has visto lo que es el efecto dominó? Pues yo lo viví.  Ante mis ojos se vino abajo todo aquello que me sostenía y a lo que le había dedicado mi vida entera y en lo que creía me iba a acompañar hasta mi último respiro. Amigos, pareja y bienes materiales junto con lo que era mi certeza de vida se vino abajo saliendo debajo de los escombros esqueletos escondidos y disfrazados de amor y amistad y solidaridad. Ahí es donde el terror se apodera de una y la mente se obnubila para no romperse en pedazos al ver de golpe de qué está hecho verdaderamente el propio mundo.


Solo quedaron junto a mi personas extraordinarias que fueron mi soporte en momentos de demolición, confortándome y rodeándome de amor . Ahí justo fue que aprendí qué es eso de que la vida es un bien superior, porque ante amenazas de muerte empezó una lucha de supervivencia de la que yo no sabía que era capaz. Pero paradójicamente, mientras preservaba mi vida, todo sobre lo que estaba construida se derrumbaba como castillo de cristal. 


Moría y vivía incesantemente con cada amenaza, con cada decepción, con cada muestra de lo que en verdad había en  todos esos ídolos falsos que yo había hecho y que de pronto se hacían polvo ante mis ojos ya desorbitados al no comprender que todo eso que le daba sentido a mi vida desaparecía cómo humo entre mis dedos. Quedé devastada y aún intentando mantener un equilibrio que yacía inerte y que no me dejaba un espacio seguro dónde sostener mi pobre humanidad ya colapsada. Fue ahí, entre las cenizas que alcancé a entender que "Lo que te da vida, te mata". Y ahí justo fue cuando entendí que esa vida ya no era la mía. Por momentos mi mente se resistía a perder todo aquello que consideraba mi mundo y hacía planes para recuperar aquello que entre estertores se negaba a morir de una vez por todas. Hasta que los hechos me avasallaron y poco a poco me fue entrando algo de cordura.


La muerte en vida es una transición enloquecedora y surreal. Es un espacio de tiempo donde giras y giras y no tienes conciencia de quién eres o dónde estás, sólo flotas ahí como viendo a distancia y borrosamente imágenes que ya no son lo que fueron, hasta que llega el desplome final de mi pobre mente que lucha por mantener un poco de luz.


Ahí, en la oscuridad absoluta y en plena rendición, los cantos de la muerte final se escuchan ya muy cerca y es donde la unicidad de tu ser se dispone a realizar el viaje de donde no hay retorno.


En total abandono y renuncia entregué mi alma al creador con una casi paz después de haber terminado de guerrear y reconociendo que no había más nada que hacer sólo esperar.


Aunque iba y venía, hablaba y reía, mi cuerpo ya no estaba habitado y tan sólo lo movía la inercia y una brutal corriente de vida de la que yo ya no era dueña. Entonces empecé a despertar y tomar conciencia de que aquella que fui ya no estaba y que la que estaba naciendo necesitaba un espacio seguro y limpio; que era necesario poner tierra de por medio llevándome al exilio de todo aquello que había desaparecido. Con paso lento y mirada serena me voy reconstruyendo y descubriendo qué es lo que hoy tengo conmigo. Ya no voy para donde mismo aunque sin ser cínica hay días que aún volteo.


El pasado pertenece a otra que existió en otro tiempo o tal vez fue otra vida. A mí me levanta un nuevo día ya sin la presunción de tener certezas ni mayores importancias, a mí me entró el silencio y el caminar por el campo, a mí me curó el viento que entró en mis entrañas, en mis pensamientos y cuando salió de mí ya estaba limpia.


Yo sonrío porque la vida es grande y buena y porque ahora sé que la realidad es distinta a lo que yo puedo ver.


NORMA LORENZA GARCÍA MEDINA






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